11 junio, 2011

LAS CARTAS

La noche del dos de agosto, era una noche como cualquier otra para Juan. Se retiró de su lugar de trabajo, la fábrica en la que estaba empleado desde hacía más de treinta años y como de costumbre se dirigió rumbo a su casa, no sin antes pasar por el almacén para asegurarse su ración de combustible. Tal como era su tradición fue bebiendo directamente de la botella grandes sorbos mientras caminaba las quince cuadras que lo separaban de su hogar. 

Durante el trayecto pensó en pequeñeces, simplemente porque Juan no era un hombre de grandes ideas y las pocas ideas de importancia que alguna vez pudo haber tenido quedaron ahogadas por las grandes cantidades de alcohol que se encargaba de ingerir a diario. 

Al igual que cada noche Juan llegó a su casa y se sentó a la mesa, no sin antes saludar a su esposa, quien aún conservaba en el rostro las marcas de la última paliza recibida. Los moretones que su cara exhibían eran la única protección contra una nueva golpiza, ya que Juan tenía como regla, inconscientemente, no golpearla hasta que tuviera el rostro intacto. Casi podía decirse que su cara sin magulladuras era para él lo que el lienzo para un pintor, una invitación a cubrirla de pinceladas centímetro a centímetro, aunque claro está siempre podía haber excepciones. 

Ester sirvió la cena para ambos y colocó frente a su esposo un abundante plato de fideos. La cena como siempre transcurrió en absoluto silencio, ya que a fuerza de golpes Ester finalmente había comprendido que para evitar algunas palizas el silencio podía resultar un buen aliado. 

Mientras que Juan devoró la comida y hasta aceptó un segundo plato Ester enroscó y desenroscó los espaguetis en su tenedor, pero este que pocas veces, por no decir nunca, se preocupaba por su mujer, no se percató del hecho. Cuando terminó la segunda porción empujó el plato groseramente y se sirvió un nuevo vaso de vino. Sin embargo, antes de poder beberlo desvío su atención hacia la puerta entreabierta del dormitorio y observó que sobre la cama se encontraban dos enormes bolsos. Preguntó a su mujer por el origen de los mismos y esta minimizó la cuestión explicándole que eran unas cobijas y ropas viejas que preparó para regalarle a la vecina y que se las llevaría en ese mismo momento para que no estuviesen molestando. Así fue como Ester salió aquella noche con los dos bolsos de su casa sin dar más explicaciones que aquella ingenua mentira, no sin antes levantar su plato de la mesa y arrojar en la olla los fideos que nunca comió. 

Al salir su mujer, Juan observó que sobre la mesa se encontraban dos sobres y por pura curiosidad extendió la mano. Tomó el de arriba, lo abrió y simuló leerlo, por una vieja costumbre que había adoptado hace muchos años; y antes de que pudiese imaginar siquiera el contenido de las cartas y el sentido de esas letras que nunca pudo entender, un repentino dolor le invadió el cuerpo entero. Estrujó entre sus manos el papel amarillento y un nuevo retortijón le sacó el alma del cuerpo. Su cabeza cayó sobre el plato vacío y sobre la mesa quedó otro sobre sin ser abierto. 

Cuando la policía descubrió su cuerpo, todavía tenía entre las manos la carta en la que su mujer le anunciaba que lo abandonaba. Carta que él nunca hubiese sido capaz de leer, sencillamente porque nunca había aprendido a hacerlo, mientras que sobre la mesa se hallaba la otra en la que se despedía del mundo por no soportar el abandono de su esposa, pero que él nunca habría podido escribir. 

La causa se cerró de inmediato y para cuando se localizó a la viuda, esta ya tenía el rostro curado de la última paliza que Juan le pintó en la cara. Lloró desconsoladamente ante la noticia, lo que nunca nadie supo fue que cada una de las lágrimas derramadas fueron por no habérsele ocurrido antes tan feliz y liberadora idea.




© 2022 María Alejandra Amarilla

"Palabras de Otoño"

Córdoba, Argentina 


Antología de cuentos

"Sueños Dirigidos"

Ed. Dunken

 


1 comentario:

  1. Excelente narracioòn e idea de envenenar al dignatario del hogar. Me hubiera Gustavo saber lo que supuestamente se dejò escrito en la otra carta.
    Felicidades M. Alejandra. Lindo escrito!

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Gracias por obsequiarme con tu tiempo y palabras. María

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