Aún no lograba comprender como había llegado hasta allí. ¿En qué
momento se había desviado de su camino? Simplemente no lo recordaba. Debía
pensar, si se esforzaba lograría recordarlo. ¿Cómo era posible olvidarlo?
Siempre se jactaba de su buena memoria, porque era capaz de recordar nombres,
rostros, fechas, números telefónicos. ¡No, no podía ser! ¡Esto no estaba
pasando! Era absurdo que no pudiera recordar el motivo, por el que se hallaba
en este extraño lugar.
Había salido de su casa y de allí fue hasta el banco, luego a la
tintorería y por último debía ir al correo; sin embargo, no recordaba haber ido
al correo, si a la tintorería. Salió de allí y al llegar a la esquina vio que
el semáforo comenzaba a cambiar. Se apresuró a cruzar y… fue entonces cuando vio
esa luz que no la dejo ver nada más, y… ¿Es que acaso…?
En ese momento volvió a oír esa extraña pregunta:
—¿Me dirá cuál es la razón?
—¡Yo no… no sé cómo llegue a este sitio! ¿Dónde estoy? ¿Quién es usted?
¿Qué hago aquí? Sara comenzó a llorar, no dejaba de hacerse la misma pregunta
¿En qué momento se había desviado del camino??
—Comprendo tus dudas. Pero no lograrás aclarar la situación hasta que
logres calmarte. Si te tranquilizas podrás ver las respuestas a todas las
preguntas que formules. Porque están dentro de ti. Si lo deseas, puedo pedir
que te acompañen a descansar y luego hablamos.
—No, prefiero quedarme aquí. Es solo que…, no, no entiendo, ¿Qué es lo
que quiere de mí?
—Como te dije antes, necesito saber ¿Cuál es tu razón?
—¡¿Mi razón?!
—¿No recuerdas la pregunta?
—¡Sí!, ¡No!, bueno es que en realidad no la entiendo. Sara notó que la
voz que la interrogaba provenía de todos lados. Inclusive dentro de ella misma.
Pero no lograba ver a nadie. No la atemorizaba la voz, sino un presentimiento
que crecía en su interior. Recordaba la pregunta. Claro que la recordaba. La
voz había dicho: ¿Cuál es tu razón…?
—¿… para vivir?— la voz completó la frase —¿Y bien, vas a responderme? —Sara
intentó pensar, pero solo dijo:
— ¡Yo…, yo simplemente no… no deseo morir. ¿Qué harán sin mí, mi
marido, mis hijos? Sé que puede parecer que ya no me necesitan, pero aún son
tan jóvenes. Yo misma aún tengo tantas cosas que vivir. No… ¡No deseo morir!?
Termino la frase con un grito y rompió a llorar nuevamente.
— ¿No deseas morir?— Repitió la voz manteniendo la calma —¿Esa es tu
razón para vivir?, ¿Qué no deseas morir?
—¡Sí!, ¡Sí!, ¿Es tan difícil de entender?, ¡Sí!
—Bien, piensa en esto: dices que no deseas morir ¿consideras que en
algún momento, desearas morir?— Ella no respondía, la voz preguntó entonces
—¿Crees que todos los que mueren, lo desearon?
— ¡No! ¡No yo jamás me quitaría la vida. Solo Dios decide quien vive y
quien muere.
—Entonces, ¿Por qué cuando pido tu razón para vivir solo dices, que no
deseas morir? Y ahora respondes que sobre eso solo Dios decide.
La voz que interrogaba era calma, transmitía paz, seguridad y amor.
Pero Sara continuaba tensa, se sentía enojada, amargada y lo único que hacía
era especular mentalmente como acostumbraba hacer cuando alguien la invitaba a
reflexionar.
Se sentía atrapada, presa de sus propias palabras. Aun así, era incapaz
de aceptar la verdad que se estaba elevando ante ella.
—¿No entiende? Mi familia me necesita. ¡Yo no quiero morir!
—¡Entonces dime una buena razón para vivir! Llevas cincuenta y tres
años de vida y no me dices ¿Cuál es tu razón para seguir viviendo? Hablo de una
razón, que le dé un sentido a tu existencia. La razón existe, pero no te la
puedo decir. Yo, no la sé mejor que tú. Nadie, la sabrá mejor que tú misma. Porque
como te dije antes, las respuestas están dentro de ti. Cuando nacemos, traemos
con nosotros un objetivo que está claramente definido en nuestras almas. Al
momento de nacer, eso queda guardado en nuestra memoria y serán nuestras
decisiones y nuestros actos, los encargados de liberarlo o dejarlo prisionero
hasta la próxima vida. Naciste como todos con una misión, con un objetivo. Si
no lo quieres recordar, si deseas que tus vicios, tus defectos y frustraciones
persistan, entonces tu vida, ya no tiene razón de ser. Si en ti, hay aún algo
que rescatar, algo que puedas hacer en los años que podrías vivir, podrás
continuar. Si persistes en la mediocridad de tus acciones, el tiempo se te
habrá terminado. No es un castigo, es solo enfrentarse a sí mismo, aceptar los
errores y decidirse a empezar. Estás en este lugar por elección propia. Lo
elegiste al pensar que estabas muy apurada como para esperar a que el semáforo
volviera a cambiar. Cuando apostaste tu vida a que lograrías cruzar. Cuando no
reflexionaste en el daño que podías causar, si provocabas un accidente que
involucrara a otras personas. Ya hiciste tu primera elección y esa te lleva a
esta otra. Ahora no hay marcha atrás, solo queda responder. Pero la pregunta es
¿Deseas buscar la respuesta?
La voz no era de reproche, ni reclamo. Simplemente, exponía los hechos,
ante la mirada incrédula de Sara. Quien se hallaba ante la última oportunidad
de su vida, pero negándose a aceptarla.
Sara sintió como si lágrimas de hielo recorrieran sus mejillas. Sintió
como el tiempo se extinguía, al igual que la luz que un momento antes la
iluminaba. La paz que reinaba en el lugar y nunca hábito su interior, también
disminuía, aun así, no logró sincerarse consigo misma.
Continúo rendida a su egoísmo. Ese egoísmo que la llevo a un estado de
lamentable soledad. La oscuridad se extendió ante sus ojos y ya no vio nada
más.
© 2002 María Alejandra Amarilla
"Palabras de otoño"
Córdoba, Argentina
Excelente relato, María, con un pulso literario exquisito. El final es inmejorable, al igual que el mensaje que encierra. Felicitaciones! Cariños!
ResponderEliminarMuchas gracias Pablo, por tu tiempo de lectura y tu cálida apreciación. Cariños
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