La penumbra de la habitación solo era contrarrestada con la efímera luz que emitía una vela próxima a extinguirse. En la pared se proyectaba la sombra alargada del hombre que se afanaba en volcar garabatos sobre el papel que tenía frente a sí en el escritorio. Sus ojos seguían con avidez los trazos que sus manos ejecutaban con toda la celeridad de la que era capaz. Cada tanto avizoraba el paisaje, sabía que el tiempo se le acababa y debía concentrarse en la tarea.
Él era el menor de siete hermanos, por eso fue el más consentido del hogar, pero su familia nunca llegó a entender su devoción inexplicable hacia la luna, y con el tiempo comenzaron a mirarlo diferente. Desde niño su mayor pasión era contemplarla, pero hubo un tiempo en que la sola observación dejó de ser suficiente para calmar su espíritu. Necesitaba abrazarla en todo su esplendor y con cada parte de su ser. Así fue como sus manos comenzaron a tallar en letras su enfebrecido palpitar, el mismo que se aceleraba en su interior al llegar el momento del encuentro.
Con la pasión que lo embargaba, agilizó los trazos de su pluma para obsequiarle el poema más hermoso, antes que la plenitud de ella lo arrebatara por completo y ya no fuese dueño de sí mismo.
En su ensimismamiento no oyó el sonido de los pasos que se aproximaban hasta su cuarto y no fue sino, hasta que sintió el golpe suave de los nudillos tras la puerta, que recordó su existencia, los latidos se detuvieron en su pecho cuando la oyó decir:
—¿Luis estás ahí?, esperé tu visita por varios días, me preocupé y por eso vine. Luis, respondé o volveré —dijo ella, y él no pudo precisar si el tono era de promesa o de advertencia.
La mujer insistió, llamándolo una vez más, luego dejó escapar un suspiro y resignándose ante el silencio como única respuesta, se marchó.
Él se tomó la cabeza entre las manos, sabía que era una buena mujer, y aunque la quería, no era suficiente como para amarla y mucho menos para entregarle su corazón, pues ya no le pertenecía. Nada tenía él para darle, pero aún era posible arrebatarle algo, y aunque deseaba evitarlo, con ese pensamiento un brillo suspicaz se reflejó en sus ojos, por un levísimo instante. Oyó los pasos alejarse y sus dedos continuaron, veloces, desplazándose por la hoja. Lo carcomía la ansiedad por volver a mirar a su único amor; sin embargo, decidió contener las ansias, sabiendo que de caer en la tentación quedaría de manera irremediable extasiado ante su belleza. Aguardó así, impaciente, hasta escribir el punto final de su último verso.
Al terminar, se paró frente al ventanal con los ojos cerrados y un viento helado le dio de lleno en el rostro, y fue entonces que se animó a mirarla, dispuesto a rendirse ante su majestuosidad.
Pudo sentir, como cada fibra de su ser sucumbía a su irresistible encanto, al tiempo que las pupilas se le dilataban ante su brillo. Su cuerpo se contorsionó convulso. La sombra en la pared ya no reflejaba la alargada figura del escritor enamorado.
El sonido de unos pasos que se aproximaban y la llave girando en la puerta lo pusieron en alerta y se quedó en completo silencio.
La puerta se abrió y en ese mismo instante la vela se extinguió completamente, dejando el sitio en total oscuridad. La joven arrugó la nariz al ingresar a la habitación. Un olor nauseabundo penetró en sus fosas nasales, pero antes de que pudiese comprender lo que sucedía un par de ojos llameantes, la miraron de cerca, mientras que algo parecido a un perro le exhaló un aliento fétido de lleno en el rostro, arrebatándole para siempre la cordura.
A pesar del frío de la noche, la ventana estaba completamente abierta, y las cortinas bailaban con la brisa. Levantó la vista para comprobar una vez más si podía vislumbrarla, y la vio allí, etérea, asomándose tímidamente por detrás de las sierras; las mismas que poco a poco se fueron tiñendo con el halo de su luz plateada. Veintiocho días había aguardado para observarla en su totalidad y ahora que podía hacerlo, después de tanta espera, solo quería unos minutos más para concluir con su tarea.
María Alejandra Amarilla © 2024
Córdoba, Argentina
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