La calma de la noche contrastaba con el trastorno de su espíritu, tal como el cielo poblado de estrellas con su soledad.
Javier caminaba como todas las noches de regreso a su casa, pero no todo era igual al resto de las noches. Esta olía diferente, se cernía distinta. Traía consigo recuerdos de sucesos recientes, a diferencias de las otras en las que solo arrastraba tras de sí sueños incumplidos de un amor que no podía ser…
Sus pensamientos saltaban inquietos de un recuerdo a otro. No quería pensar; sin embargo, no podía evitarlo. La evocación de los últimos instantes junto a Clara no le permitían aquietar su mente.
Se detuvo inconscientemente frente a la señal del semáforo y mientras lo hacía rememoró la suavidad de sus labios prohibidos, el dulce olor de ese cabello al que no tenía derecho, los caminos explorados en el peligroso territorio de su piel, la melodía de todo su ser en el instante de placer…
Una voz titubeante pero embriagada de rencor acongojado, que creyó reconocer, lo sacó de su ensimismamiento.
—¿Me da fuego?— No llegó a responder y estaba a medio camino de girar hacia el interlocutor, cuando sintió que un inmenso calor cubrió el lado derecho de su cabeza y una espesa oscuridad cubrió sus ojos mientras en el último instante veía que la luz del semáforo indicaba peligro.
© 2011 María Alejandra Amarilla
Córdoba, Argentina
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