No, no era justo. La sola idea de esperar, le recordaba la palabra masoquismo.
Estaba seguro, esta era la decisión correcta. Hoy cumplía treinta años y desde muy joven, había comprendido la situación en la que estaba viviendo. Nadie se había dado cuenta, o nadie había deseado hacerlo.
Su mano buscó a tientas debajo de la cama. No tardo en sentir que sus dedos se aferraban ansiosamente a lo que estaban buscando. El sufrimiento terminaría y sería esa misma noche. Era solo cuestión de tiempo, si no lo hacía el dolor acabaría con él.
Volvió a observar su rostro en el espejo. Sabía que pronto dejaría de verlo y eso lo alegraba. No pudo evitar recordar la primera vez que pensó en tomar esta decisión. Fue diez años atrás. El mismo día que compró, lo que ahora sostenían sus manos. Es verdad, eso ya cumplió diez años de estar guardado, ¿pero qué importaba? Aún servía para el fin con el que había sido obtenido. En esa ocasión, había decidido llevar a cabo su plan en el preciso momento en que sonó el teléfono. Pensó en no responder y no lo hubiese hecho de no ser porque olvido desconectar el contestador automático. Cuando oyó la voz de su madre, el corazón se le estremeció. A su padre lo habían internado de urgencia. Un ataque cardíaco. Los médicos fueron muy precisos: ¡Nada debe alterarlo! Su estado era delicado y cualquier emoción podría matarlo. No podía decidir nada bajo semejante presión y decidió hacer lo único que había hecho hasta el momento: esperar. Eligió pensar, que eso había sido una señal, una señal para que diera marcha atrás y evitara cometer una locura de la que no se podría arrepentir.
Sí, sin duda era una señal. ¿Cómo había podido pensar en tomar una decisión semejante? Todo se solucionaría de otra manera. ¡Esto…! Hubiese sido… ¡Hubiese sido un absurdo! Un paso que no tendría marcha atrás?. Recordaba cada uno de esos pensamientos y de cómo habían logrado convencerlo falsamente de estar haciendo lo correcto. Justificó así, lo que en el fondo de su corazón, era una verdad innegable. Pese a ese pseudo arrepentimiento y bajo esa coraza de aparente alegría que manifestó en los días subsiguientes; se decidió a guardar lo que hasta hoy tanto había temido tener entre sus manos. Lo mismo que ahora, sus ojos observaban con cierta fascinación.
Aun así pasaron diez años, hasta que la decisión retornó con más fuerza. El plan volvía a ponerse en marcha. No deseaba reflexionar sobre las consecuencias ya no le importaban. Siempre había pensado en ellas y eso lo había llevado a desistir, a sufrir irremediablemente.
Su padre se recuperó lentamente y ese hecho lo hizo sentirse satisfecho. Fue su madre quien inesperadamente murió dos años después. De todos modos no se atrevió a llevar a cabo su plan. Una noticia así, todavía podía matar a su padre y él no deseaba la muerte de nadie a excepción de la del rostro que veía cada amanecer en el espejo. Ya no soportaba verlo, lo entristecía, porque cada uno de sus rasgos, de sus gestos reflejaban el vacío que había en su vida. A pesar de ello, cada mañana se levantaba, se afeitaba casi sin mirarse y cumplía con sus obligaciones.
¿Por qué el destino le jugaba tan mala pasada? ¿Por qué se encaprichaba en encerrarlo en esta vida? Debía liberar su alma, su espíritu. Aunque todos dirían que ese era el fin, él sabía que sería un comienzo. Sin embargo, fueron diez años los que pasaron para que pudiera llevar a cabo su cometido. Y quizás hubiesen pasado treinta o cuarenta más, de no ser, porque esa mañana le informaron que su padre había fallecido. Se había quedado solo, ya no necesitaba preocuparse por lo que le ocurriría a los demás cuando él desapareciese al fin.
No lo alegro su muerte, claro está, pero sintió un cierto alivio en su alma. Al fin dejaría esta vida, que consideraba tan absurda y ello no causaría a nadie ningún dolor. Con cierta tristeza, admitió, que lo suyo era cobardía. ¿A quién quería evitar el dolor? Sabía la respuesta, pero ahora ya no importaba. Ahora era solo él, listo para que nada justificara no hacer lo que sentía la necesidad de hacer. Ya no se aceptaban demoras, estaba listo para emprender un viaje, del cual no deseaba retornar. Miró su imagen por última vez en el espejo y se dijo adiós.
Respiró profundamente y observó la caja que había depositado sobre sus piernas, la abrió con la delicadeza que se desenvuelve algo sumamente frágil y contempló con melancolía su contenido. Allí permanecía guardado el objeto que de una vez y para siempre terminaría con su dolor. Ahora que lo pensaba ni él mismo podía creer, que hubiese logrado esperar tanto tiempo. Con lentitud extendió la mano derecha y tomó lo que había decidido llamar "su boleto de ida".
Entreabrió los labios... y su mano subió lentamente para cumplir su cometido, mientras una lágrima de alegría y tristeza se deslizó sobre su mejilla; y en el mismo momento en que esta llegaba al extremo de su barbilla, la muerte le llegó a él y dio paso al nacimiento de ella.
El lápiz labial, que sostenía en su mano, había trazado la primera huella, de este nuevo camino, en sus labios.
© 2022 María Alejandra Amarilla
"Palabras de otoño"
Córdoba, Argentina
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